Una de indios
El plan de estudios de mi facultad incluye dos asignaturas de historia del cine. La primera abarca el primer período, desde los inicios hasta el final del cine mudo. La segunda, con el ambiguo título de "Historia del cine y otros medios audiovisuales a partir de 1930", pretende cubrir la producción cinematográfica a partir de la aparición del sonoro, hasta "nuestros días". Evidentemente, apenas cuatro meses de clase son insuficientes a todas luces, de modo que habitualmente el curso se convierte en un sprint por las películas más destacables del período, cuajado de las quejas del profesor de turno porque no tiene tiempo de dar la materia con más profundidad. Ya superé la primera asignatura de cine, que, a pesar de que el tema daba de sí, fue una completa pesadilla. Lo fue debido en gran parte a la nula capacidad de la profesora para captar la atención del alumnado, su patente falta de sentido del humor y el tono monocorde de su voz.
Hace dos semanas que empezaron las clases de lo comúnmente conocido como "Cine II", con otra persona como profesor titular de la asignatura, y me veo avalada para afirmar que el cambio ha sido indudablemente a mejor. Mucho más accesible a nivel humano, e infinitamente más entretenido, este señor se pasó la mitad de la segunda clase hablando de cine de Bollywood, a pesar de que el tema no entra en programa, ganándose así mi estima y admiración por siempre jamás.
Hizo una reflexión que me parece interesante, y que habla sobre la relación entre producción de cine musical y situación de crisis del país que la lleva a cabo. Me explico. Los musicales son el género irreal por excelencia. Dibujan un escenario de maravilla, donde todo el mundo sonríe bajo los focos a ritmo de claqué. La época dorada del cine musical estadounidense es, sobretodo, los años 30, justo después del crack del 29, en un momento en que el mundo entero no estaba para muchas alegrías. En España, durante la guerra civil y en plena posguerra, el gobierno de la dictadura favoreció el rodaje de películas a base de tópicos de la talla de cármenes, flamenco, toros y demás (la mayoría rodadas en el extranjero, sobretodo al principio, ya que los estudios se encontraban en Barcelona y en Madrid, todavía territorio republicano en esa época), todas con números musicales spanish style intercalados entre las escenas argumentales.
India no es una excepción a la norma. Con más de las tres cuartas partes de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza, es uno de los países más míseros hoy por hoy. Y la demanda de cine musical es brutal. Los indios se apiñan delante de las salas de cine para ver la última producción Bollywood, una historia calcada del más burdo cine yanqui, del tipo chico-conoce-chica-la-salva-y-chica-le-pone-ojitos-y-al-final-son-felices. Todo aderezado con las canciones de los protagonistas, que se suceden cada veinte minutos sin ningún tipo de justificación previa. En resumen, un mundo maravilloso lleno de colores brillantes y mucha alegría al mediodía. Debería estudiarse en profundidad la relación entre estos factores, pero seguramente tenga algo que ver con la concepción del cine como fábrica de sueños, algo que inventó Hollywood y cuyo testigo ha tomado el cine hindú, al menos en su mayor parte. El cine como medio de evasión de una realidad atroz, insoportable para quien la padece cada día. El cine como el sueño de lo que puede llegar a ser la vida del espectador, como si su vida fuera una posibilidad, pero existieran otras, al alcance de la mano, detrás de la pantalla.
Evidentemente, el cine musical no es el único género en la cinematografía hindú. Algunos directores han tratado de ofrecer una visión más realista y más objetiva de la India contemporánea, tratando los problemas reales que sufre el país, con mayor o menor fortuna. Por supuesto, estas películas son mucho más valoradas en el extranjero (principalmente en Europa) que en la propia India. Nadie es profeta en su tierra.
Estados Unidos se encargó desde muy pronto de dar una imagen de su país como un mundo maravilloso, donde la enfermedad, la pobreza, la inmigración, no existían. Hollywood, con su fábrica de sueños, se encargó de exportar el mito. En las películas de esta época no tienen cabida la fealdad ni la penuria. Ni siquiera aparecen negros, a no ser como intérpretes de algún grupo de jazz. El empeño de Hollywood por mostrar al mundo unos Estados Unidos dignos de poner en un escaparate llega al extremo que en las películas de esta época y hasta prácticamente los años sesenta estaba prohibido que apareciera un inodoro. Prohibido por ley. Porque el país debía ser tan limpio e ideal que sus habitantes no cagaban. En las escenas donde aparecían baños había lavamanos, bañeras, platos de ducha, pero no inodoros. Treinta años sin ir al water. Hasta que Hitchcock, harto de tanta hipocresía estúpida, hizo aparecer en su película Psicosis una taza de water en un primer plano, justo antes de la famosa escena de la ducha. Por fin los yanquis descansaban. Ya era hora.
1 comentario
TowerDrake -
El blog es chulo. Pasito a pasito, llegaremos a China... bueno, en tu caso, a Varanassi ;)