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Vuelvo enseguida

A tener en cuenta

A tener en cuenta

Me gusta mi barrio. Pronto hará tres años que me mudé aquí, y la verdad es que cada vez me gusta más. No está en el centro, ni mucho menos, pero tener el metro en la puerta de casa acorta cualquier distancia. Es un barrio obrero, de los de toda la vida. Quizá no tengo vecinos catedráticos, pero disfruto tomando una caña en la terraza del bar de abajo, y el chino que tiene la tienda-almacén justo al lado es muy gracioso. Es un barrio de inmigrantes llegados hace cuarenta años desde Andalucía, Extremadura, Galicia y Castilla. Pocos de ellos hablan catalán, como mucho te dicen que "lo entiendo todo, y mis hijos sí lo hablan". Llegaron a la ciudad donde nací buscando la oportunidad que no les daba su tierra, y la encontraron en las fábricas, en los talleres. Muchos quieren volver "al pueblo", porque sienten nostalgia de su niñez.

Estas personas, gracias a las cuales Barcelona es hoy la que es, pasean y toman el sol en un parque que les construyeron hace un par de años. Un parque inmenso, de un diseño increíblemente moderno, urbanizado y pagado por una inmobiliaria americana, y regalado posteriormente al Ayuntamiento. ¿Extraña generosidad? No tanta. El regalo venía con la condición de que el Ayuntamiento hiciera una excepción a la norma que prohíbe expresamente la construcción de viviendas dentro de parques públicos. De modo que, dentro del perímetro del parque, se alzan cuatro manzanas de rascacielos que son como cajitas contenedoras de pisos de lujo, a más de 100 millones de pesetas cada uno.

Cualquiera que lea la prensa o no se tome la molestia de rascar un poco bajo el lujo y el olor a nuevo, pensará que los yanquis nos han hecho un favor. La realidad es que, como suele suceder, el favor se lo han hecho a sí mismos, haciendo creer a la opinión pública que son algo así como las hadas madrinas del siglo XXI. Lo mismo ocurrió con el desastre que fue el Fòrum de les Cultures hace ya casi dos años, aunque en este caso la opinión pública sí se dio cuenta, tan evidente era el descaro de la especulación encubierta bajo los lemas de sostenibilidad, diálogo y concordia generales.

Justo al lado, un centro comercial que es como una mole de dimensiones desproporcionadas en medio de la calle principal, ofrece ocio, consumo y diversión de plástico para disfrutar de tu fin de semana con los niños, que respiran el aire aséptico filtrado por las máquinas de aire acondicionado. Es muy entretenido pasear por un lugar en que el tipo de cliente es tan variopinto. Los usuarios van desde los gitanos de toda la vida, con el clan de los Heredia al completo, hasta los nuevos vecinos, parejitas jóvenes con niños pequeños muy bien vestidos y muy bien educados que utilizan los toboganes después de haber leído convenientemente las normas de uso.

Alrededor de este búnker han ido creciendo los hoteles de cinco estrellas como si de setas se tratase. Barrios a la americana sin un solo bar de tapas, con sus cafeterías inmaculadas, sus paredes blancas relucientes, se interponen entre mi barrio y el mar, y se van poblando poco a poco, aunque todavía desprenden una desagradable frialdad. Justo cuando por fin la playa de la Mar Bella había sido limpiada y declarada apta para el baño, las torres gigantescas nos impiden su visión. El nuevo barrio ha crecido dando absolutamente la espalda al barrio viejo, y el nuevo urbanismo, como suele hacer, niega la realidad de sus alrededores. A 200 metros del nuevo barrio los gitanos hacen hogueras para calentarse en invierno, en el descampado donde descansan los escombros que quedan de sus casas.

La primera generación que ocupó este barrio hace treinta años eran inmigrantes. Sus hijos no pueden adquirir una vivienda en el lugar que les vio crecer debido a que éste ya no es un barrio de trabajadores. Se ven obligados a emigrar, tal y como hicieron sus padres, a poblaciones del extrarradio de la ciudad. Barcelona no quiere trabajadores viviendo en ella. Es una ciudad escaparate, que vive de cara a la galería, y obliga a la gente que la tira adelante todos los días a trasladar su vivienda a una hora de tren de su trabajo. Una ciudad preciosa, sin duda. Pero una ciudad arrogante, burguesa, desagradecida, que mira por encima del hombro a sus propios habitantes. Y una ciudad que niega lo que fue no hace tanto, y lo que sigue siendo en la calle, muy, muy lejos de los despachos de los businessmen y de los hoteles de lujo.

Nadie se acuerda de que en la misma plaza del Fòrum se fusilaba a comunistas durante la guerra civil. En el lugar del parque había una fábrica siderúrgica que contaminó con sus humos y sus ruidos a todo un vecindario. Las fábricas del Poblenou caen una a una y ceden sus solares, vendidos a precio de oro, al barrio 22@. El barrio chino ya es moderno y ahora hasta "ravaleja" en pro de la convivencia multirracial, haciendo caso omiso a la falta de asistencia social que es su enfermedad endémica. El antiguo mercado de Santa Caterina tiene un tejado de colores chillones. Hay un hotel de cinco estrellas en la rambla del Raval, pero en la calle de atrás siguen vendiéndose las prostitutas. El tejido artesanal de la Ribera ha sido sustituido por Custo Barcelona. El Corte Inglés es una mole de cemento blanco que ocupa una inmensa manzana. La plaza de toros de las Arenas será pronto un centro comercial. La Mina a dos calles de Diagonal Mar. Barcelona ha perdido la memoria, y con ella se va su historia.

El pakistaní que tiene el locutorio me hace saber con su español de andar por casa que el número de fax que le he dado "no funsiona". En verano me duermo oyendo a unos chavales tocar la guitarra debajo de mi ventana. Cuando llega agosto, el chino propietario de la tienda cuelga un cartel en la puerta que reza que los domingos por la tarde su negocio permanecerá cerrado. Durante las fiestas, en verano, con todas las ventanas de casa abiertas, oigo lo que tocan los músicos sobre el escenario en medio de la rambla, y tengo la sensación de que los Chunguitos están en pleno concierto en mi comedor. Y todo esto tiene todo el calor del mundo.

Me gusta mi barrio.

2 comentarios

j.vaque -

Cuán a favor estoy de lo que has escrito. Pienso en lo que solía ser Barcelona cuando mi infancia limitaba su geografía a tres manzanas y ahora es como si no la reconociera. No sólo la Plaza de Toros de Las Arenas -gran sede de conciertos durante finales de los ochenta- sino también el propio Hotel Plaza. No logro recordar qué había antes pero sí recuerdo la sensación de oír a mi madre comentar lo feo que era ese edificio nuevo que estaban haciendo en Montjuic.
Hay locales en mi barrio que han cambiado de negocio cada dos años, y zonas por las que uno pasa por primera vez en mucho tiempo y no las reconoce. Como londinense de adopción debo reconocer que me da un poco de apurín volver un día a casa y haberme perdido parte del proceso.
En realidad yo creo que las ciudades son como las personas, van cambiando con el tiempo. El problema de Barcelona es que alguien define, monopoliza y apresura ese cambio bajo un ánimo puramente económico. Y eso no ocurre en otras ciudades de España, por muy turísticas que sean. Granada, Madrid, Sevilla, Donosti, Pamplona. Todas saben ofrecer cierto encanto a los visitantes y reservarse un porcentaje para sí mismas, lo que el resto definiríamos como \"ciudad con personalidad\". Sé que caigo un poco en el puntillo antisistema chic, como ese tipo de gente perfecto para criticar y terrible para proponer, pero estoy seguro de que tiene que haber quien presuma de lo contrario.
Un saludo fotologger,

Jordistendido.

TowerDrake -

El paradigma de la ciudad escaparate, la encontramos en Venecia (aunque Venecia tiene la excusa de ser lo que és...).

\"Los mecanismos de ejercicio de poder son permanenetes y se reducen a tres. La capacidad de hacer daño. La capacidad de dar premios. La capacidad de cambiar las creencias.\"

\"Conocer no es un lujo, sino una función vital. Necesito saber si esta seta es venenosa o comestible. Si pudiéramos vivir en un mundo de fantasía, sería estupendo, pero no podemos. Puedo imaginar que soy Superman, con tal que esa ilusión no me incite a lanzarme desde la terraza para volar. Si lo hago, me desilusionaré sl tiempo que me rompo la crisma.\"

\"El hombre necesita conocer la realidad y entenderse con los demás, para lo cual tiene que abandonar el seno cómodo y protector de las evidencias privadas, de las creencias íntimas. Sopesar las evidencias ajenas, criticar todas, las propias y las extrañas, abre el camino a la búsqueda siempre abierta de una verdad y unos valores más firmes, más claros y mejor justificados.\"

Pequeñas perlitas del señor Marina. Gracias