Capítulo 1
José despierta a sus miembros, uno por uno. Mueve en escalera los dedos de los pies. José dobla las rodillas, poniendo los pies planos sobre el colchón. Estira los brazos, nota cómo todos sus músculos se ponen en tensión. con un tremendo esfuerzo, abre los ojos y se ve, en calzoncillos, sobre las sábanas azules que cubren su cama. Está solo. Su mujer ha debido levantarse hace bastante rato, a juzgar por la claridad que entra por las rendijas de la persiana y teniendo como referencia el hecho de que ella ha madrugado todos los domingos desde que se casaron, hace ya más de quince años.
Si José estira las piernas, su propia barriga le impide verse los pies. Se siente ridículo, así, desnudo, rayado por la luz de la mañana. Desde la cama puede ver el aparato de gimnasia que compró las pasadas Navidades, cuando, en un rapto de entusiasmo salutífero, se propuso combatir el sedentarismo de su trabajo como funcionario en Correos, y los michelines que éste producía, a base de pedalear en una bicicleta estática. Vaya idea, había dicho su mujer, montar en bicicleta sin salir de casa. José había hecho oídos sordos al comentario, y estaba decidido a empezar una rutina deportiva que le permitiera ponerse en forma. Por supuesto, no lo había conseguido. A las pocas semanas de usarlo con asiduidad, y después de superar las primeras agujetas y molestias debidas a la falta de costumbre, el aparato había quedado relegado a la condición de mero objeto decorativo.
Cuando ha conseguido levantarse de la cama, José se dirige tambaleándose al baño. El espejo le devuelve la imagen de un rostro cansado, surcado de arrugas precoces. Mal afeitado, con bolsas bajo los ojos y una expresión de cansancio y desencanto. Durante la semana, José trabaja como funcionario para Correos. La suya es una más de una cantidad importante de mesas diseminadas en una sala de grandes dimensiones, con techos altos y buena iluminación natural. El trabajo de José consiste en clasificar el correo que llega a la oficina central. Si el destino de la carta o paquete está dentro de los límites geográficos nacionales, José pone el sobre en un carro de plástico verde. Si el destino del sobre o paquete es traspasar fronteras, lo depositará en uno de plástico rojo. Más de una vez, José se ha sentido tentado de meterse él en el carro de color rojo para entregar el sobre o paquete en mano a su destinatario. En estas ocasiones, José se evade y su mente vaga lejos de su cuerpo por lugares nunca visitados por el hombre, a donde no llegan las bocinas de los coches, ni los llantos de los niños, ni las respiraciones de las esposas. Es la fantasía de un hombre que no ha visto más mundo que su mundo, más ciudad que su ciudad, aparte de alguna visita esporádica al pueblo en que nació su madre.
Pero José expulsa de su mente estas ideas extravagantes tan pronto como aparecen, aquí hemos venido a trabajar, fuera estas ocurrencias que nada tienen que ver con el temperamento pragmático de un hombre de su edad y de su condición. En lugar de esto, José distrae sus pensamientos ahora mismo con las piernas de la compañera que se ha levantado delante de él, y de pronto se ha olvidado de que acaba de soñar con escapar de su vida. Hasta la próxima vez, al menos.
Raquel A.
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