Niños prodigio
Hoy me gustaría comentar un tema que tiene la virtud de fascinarme y preocuparme en la misma medida: el fenómeno del “niño prodigio”. De todos es sabido que los niños, niños son, y que es responsabilidad de la sociedad el que crezcan sanos y mentalmente equilibrados. Por eso, es contraproducente, además de ilegal, obligarlos a trabajar antes de que hayan cumplido la edad mínima para hacerlo.
Niños prodigio siempre ha habido. El fenómeno lo iniciaron los USA, claro. Era enternecedor ver esas caritas inocentes por la pantalla, y esos cuerpecitos haciendo monerías para entretener al espectador adulto y de paso forrar de billetes a las productoras. Porque el fenómeno niño vende. Y cómo vende. Pero la fama es siempre breve, y las consecuencias pueden ser devastadoras. El cine yanqui se ha dedicado desde hace décadas a parir de vez en cuando algún fenómeno mediático con voz de pito y sonrisa angelical, lanzarlo al estrellato más alto para, a partir de la pubertad del retoño, desentenderse absolutamente de él y deshacer su vida en humo. La peor parte se la llevan los niños, los pobres, castigados sin infancia y ostentando graves problemas en su vida adulta.
Por ejemplo, quién no recuerda los ricitos de Shirley Temple. La Chirly, como la llamaban aquí, monísima vestida de soldadito en “El pequeño coronel”. Claro que ahí quedó todo. La carrera acabó con la misma velocidad con que empezó, y la pequeña Shirley dejó las pantallas mucho antes de lo previsto. Sólo en los USA podía suceder que acabase haciendo de embajadora.
Está también el caso de Judy Garland, la Dorothy de “El Mago de Oz”. A ésta le dio por las drogas y el alcohol, antes y después de engendrar a la cabaretista Liza Minnelli. Aunque ésta sí fue noticia hasta que murió, parece que no sale a cuenta que fuera a base de meterse todo lo que pillaba.
Gary Coleman, “Arnold”, no crecía, el pobre. A los quince años seguía con su metro cincuenta. Su carrera quedó igual de estancada que su estatura, y acabó tristemente, ejerciendo de aparcacoches.
Macaulay Culkin, empezó a drogarse tarde, hacia los veinte años, porque opinaba que era poco original hacerlo a los doce, como los demás. Al final lo pilló la policía, cargado hasta los topes de marihuana y estupefacientes varios. Sus progenitores, que son de darles de comer aparte, se dedican a tirar de su fortuna mientras él ahoga las penas en cerveza de supermercado.
Y qué decir de Michael Jackson. Exceptuando a Janet, de la cual no comentaré nada, nadie sabe qué fue de los otros tres del grupo. Para llamar la atención, Michael necesitó entre otras cosas montar un parque de atracciones, estrenar varios fiascos cinematográficos, cambiar el color de su piel y actuar como un esquizofrénico paranoide cada vez que se le presentaba la ocasión. El resultado es que ahora nadie le hace caso, ni a él ni a su carrera musical.
Pero mi favorita es Drew Barrymore. La niña de E.T. con nueve años era drogadicta y alcohólica. Hasta ahí, todo normal. Pero, además, intentó suicidarse en una ocasión, y a sus tiernos trece años pasaba las vacaciones en una clínica de desintoxicación. Después de dejar la mala vida, siguió con el cine, alcanzando de nuevo la popularidad con películas altamente… populares. Dejémoslo ahí.
En España también se vieron niños prodigio. Sin duda, hay que resaltar la importancia de Marisol y Joselito, que marcaron todo un hito en el cine de este país, catapultados a la fama en sólo un par de películas. Todo auguraba un futuro repleto de éxitos de pantalla. El hecho de que una se hiciera comunista y el otro narcotraficante no le resta ningún mérito al fenómeno, claro. Desde entonces, Marisol no aparece por la tele ni en los estrenos de su hija, y Joselito se quedó con aquello de cuatro cajcabele tiene mi caballo, que le va que ni pintao.
En resumen, señores padres, dejen a sus retoños crecer con toda la normalidad que sea posible y no les priven de su infancia. Suficiente crueldad es traerlos a este mundo como para hacer también que los espectadores los suframos a cada momento.
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