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Vuelvo enseguida

De cuando me pasé al otro lado

De cuando me pasé al otro lado

Yo una vez tuve un compañero de piso que era muy creyente. Yo estoy bautizada y todo eso, pero una vez tuve uso de razón renegué absolutamente del cristianismo. Es un caso habitual de cuando se ha ido a un colegio de curas. Te meten la religión tanto por los ojos, que sólo hay dos posibilidades: o sales beato o sales anticlerical militante. Mi caso fue el segundo.

 

Lo bueno del cristianismo es que le quita al fiel una parte importante de la responsabilidad que tiene frente a su propia vida. Nada es mi culpa. La parte mala es que, si el hombre no es responsable de sus actos, su vida pierde una gran parte de sentido.

 

No quiero criticar a los creyentes. Ojalá yo pudiera creer en algo. La vida es mucho más fácil para la gente que tiene alguna religión. Te exime de tus culpas. En parte es algo parecido a toda esa gente que nada en dinero y no tienen ni idea de lo que ocurre en la calle, pero que duermen la mar de tranquilos en su “seguridad”. Un buen día, yo me di cuenta de hasta qué punto esa seguridad es virtual, teniendo en cuenta hacia dónde nos estamos dirigiendo como sociedad. Este modelo no se aguanta, se mire como se mire. Negarlo es sólo retrasar el momento en que no podamos dormir tranquilos.

Mi compañero de piso me decía que yo buscaba respuestas que él ya tenía, gracias al cristianismo. Pero yo pienso que no se tienen respuestas por creer. Simplemente, se aceptan como verdades cosas que son dogmas de fe. Eso no es una respuesta, pero sirve de consuelo. 

Habrá quien diga que, si Dios no existiera, sería necesario inventarlo. Yo más bien pienso que, si al final resulta que existe, será necesario abolirlo.

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