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Vuelvo enseguida

Declaración de principios

Declaración de principios

Todo el mundo se empeña en clasificar mi generación de "X". Siempre me he preguntado cómo hubiera sido mi vida si, en lugar de nacer en los 80, lo hubiera hecho en los 40. Probablemente no sería ni una sombra de lo que soy hoy. Una generación, la mía, que ha vivido siempre en la democracia. Que jamás ha sufrido una guerra, ni colas para recibir la comida de una cartilla de racionamiento, ni el toque de queda. Estamos acostumbrados a recibir lo que pidamos, y a veces incluso antes de que lo pidamos. No creemos en los valores del esfuerzo para obtener la recompensa, el sacrificio diario para labrar un porvenir. Todo esto se dice.

Fuimos niños educados ante la televisión. La última generación que jugó en la calle. La primera que tuvo videojuegos. Nuestras madres fueron las últimas superwoman que trabajaban y llevaban ellas solas el peso de la casa y los hijos. Nuestros padres no nos llevaron nunca a un psicólogo, y conozco a más de una persona que descubrió que era disléxica después de los veinticinco. Tenías que estudiar, te decían, para ser algo en la vida.

Los primeros de una familia obrera que fuimos a la universidad, depositarios de las esperanzas de nuestros mayores. Los que creímos que nos esperaba un futuro dorado cuando terminásemos la carrera. La primera generación de licenciados con sueldos precarios, con horarios laborales difíciles. Los primeros en querer mantener un absurdo estatus social en la actualidad con un sueldo de hace diez años. Obsesionados con el consumo, bombardeados con la publicidad. Incapaces de ahorrar la descomunal entrada que se nos exige para pagar un techo propio. Malabaristas llegando a fin de mes. Pero cambiando de coche cada año, cambiando de teléfono móvil cada seis meses, renovando el armario cada temporada. Vistiendo ropa de marca. Usando perfumes caros. Yendo a discotecas de moda cada sábado.

Escapamos a la rutina del trabajo sumergidos en el estruendo de un bar y nos desesperamos el lunes porque de nuevo es lunes. No somos mártires, y no somos privilegiados. Vamos como de paso, mirando con escepticismo nuestro día a día. Como si no fuera con nosotros, como si no tuviese nada que ver con lo que se suponía que nos habían prometido. Esperamos que lleguen tiempos mejores. Estamos en pie, pero nunca hemos hecho el gesto de levantarnos. Estamos, pero no decidimos quedarnos. A la deriva, sin tomar decisiones.

Me cuesta integrarme en grupos sociales que se rigen por parámetros como ésos. Lo peor que uno puede hacer es tratar de engañarse a sí mismo, y yo intento ser honesta con mis ideas, aunque a veces me suponga tener que dar alguna explicación de más a quien quizá no debería darla. Es muy cansado ir contra corriente, y es agotador estar justificándose contínuamente por cosas que a uno le parecen de lo más lógicas. No uso ropa de marca. No cambio de teléfono porque me lo diga la tele.

Tomo decisiones por intuición, y no me pienso mucho las acciones que llevo a cabo. Actúo a menudo de manera irreflexiva, pero eso me reporta más satisfacción que salir siempre ganando. De momento no busco un trabajo estable, y ni siquiera tengo prisa por acabar mis estudios. Ahora mismo ni siquiera me planteo tener una pareja que se acerque a estable, y me parece una buena opción mantener mi soltería el resto de mi vida. No me miro en los escaparates de las tiendas, y no voy por la calle pendiente de si me miran o no. No voy buscando a mi príncipe azul. Me niego a ser la sombra de cualquier hombre, por brillante que sea. No tengo instinto maternal. Te llaman feminista cuando defiendes tus opiniones. Feminista y provocadora. Pero ni una cosa ni la otra. No necesito sentir que soy superior a nadie, y de hecho cada uno somos uno más.

No soy una rebelde, no intento cambiar el mundo. No pretendo fundir a la humanidad en un lazo de fraternidad, y no todo el mundo me cae bien. Intento hacer las cosas a mi manera, y odio tener que justificarme ante alguien que no entiende que su escala de valores no tiene por qué coincidir con la mía. No voy de intelectual, ni de alternativa. No me gusta etiquetarme ni hacer exclusiones con la gente. Me cuesta renunciar a mi individualidad por el instinto gregario de tener "grupo de amigos". Soy consciente de que puedo perderme a algunas personas interesantes, pero me ahorro mucho tiempo y trabajo. Y aún así puedo contar con algunas personas que me aportan cosas distintas cada una de ellas.

Nunca me votaron como la más popular de clase. Nunca fui a cenas de ex-alumnos. No pasa nada si llega un sábado por la noche y no tengo plan. No importa si salgo y no ligo. No llamo a nadie por obligación. Me gusta emborracharme entre mujeres y en casa, y poder gastar bromas y tener la seguridad de que no se ofenden, diga lo que diga. Me gusta pensar que hay más gente que es como yo, que no están de paso, que se valoran y que van un poco más allá. Me halaga poder sentirme diferente, a veces. Aunque nunca me votaran como la más popular del instituto.

Ahora lo imprimo y lo cuelgo en la nevera, coño.

Una de indios

Una de indios

El plan de estudios de mi facultad incluye dos asignaturas de historia del cine. La primera abarca el primer período, desde los inicios hasta el final del cine mudo. La segunda, con el ambiguo título de "Historia del cine y otros medios audiovisuales a partir de 1930", pretende cubrir la producción cinematográfica a partir de la aparición del sonoro, hasta "nuestros días". Evidentemente, apenas cuatro meses de clase son insuficientes a todas luces, de modo que habitualmente el curso se convierte en un sprint por las películas más destacables del período, cuajado de las quejas del profesor de turno porque no tiene tiempo de dar la materia con más profundidad. Ya superé la primera asignatura de cine, que, a pesar de que el tema daba de sí, fue una completa pesadilla. Lo fue debido en gran parte a la nula capacidad de la profesora para captar la atención del alumnado, su patente falta de sentido del humor y el tono monocorde de su voz.

Hace dos semanas que empezaron las clases de lo comúnmente conocido como "Cine II", con otra persona como profesor titular de la asignatura, y me veo avalada para afirmar que el cambio ha sido indudablemente a mejor. Mucho más accesible a nivel humano, e infinitamente más entretenido, este señor se pasó la mitad de la segunda clase hablando de cine de Bollywood, a pesar de que el tema no entra en programa, ganándose así mi estima y admiración por siempre jamás.

Hizo una reflexión que me parece interesante, y que habla sobre la relación entre producción de cine musical y situación de crisis del país que la lleva a cabo. Me explico. Los musicales son el género irreal por excelencia. Dibujan un escenario de maravilla, donde todo el mundo sonríe bajo los focos a ritmo de claqué. La época dorada del cine musical estadounidense es, sobretodo, los años 30, justo después del crack del 29, en un momento en que el mundo entero no estaba para muchas alegrías. En España, durante la guerra civil y en plena posguerra, el gobierno de la dictadura favoreció el rodaje de películas a base de tópicos de la talla de cármenes, flamenco, toros y demás (la mayoría rodadas en el extranjero, sobretodo al principio, ya que los estudios se encontraban en Barcelona y en Madrid, todavía territorio republicano en esa época), todas con números musicales spanish style intercalados entre las escenas argumentales.

India no es una excepción a la norma. Con más de las tres cuartas partes de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza, es uno de los países más míseros hoy por hoy. Y la demanda de cine musical es brutal. Los indios se apiñan delante de las salas de cine para ver la última producción Bollywood, una historia calcada del más burdo cine yanqui, del tipo chico-conoce-chica-la-salva-y-chica-le-pone-ojitos-y-al-final-son-felices. Todo aderezado con las canciones de los protagonistas, que se suceden cada veinte minutos sin ningún tipo de justificación previa. En resumen, un mundo maravilloso lleno de colores brillantes y mucha alegría al mediodía. Debería estudiarse en profundidad la relación entre estos factores, pero seguramente tenga algo que ver con la concepción del cine como fábrica de sueños, algo que inventó Hollywood y cuyo testigo ha tomado el cine hindú, al menos en su mayor parte. El cine como medio de evasión de una realidad atroz, insoportable para quien la padece cada día. El cine como el sueño de lo que puede llegar a ser la vida del espectador, como si su vida fuera una posibilidad, pero existieran otras, al alcance de la mano, detrás de la pantalla.

Evidentemente, el cine musical no es el único género en la cinematografía hindú. Algunos directores han tratado de ofrecer una visión más realista y más objetiva de la India contemporánea, tratando los problemas reales que sufre el país, con mayor o menor fortuna. Por supuesto, estas películas son mucho más valoradas en el extranjero (principalmente en Europa) que en la propia India. Nadie es profeta en su tierra.

Estados Unidos se encargó desde muy pronto de dar una imagen de su país como un mundo maravilloso, donde la enfermedad, la pobreza, la inmigración, no existían. Hollywood, con su fábrica de sueños, se encargó de exportar el mito. En las películas de esta época no tienen cabida la fealdad ni la penuria. Ni siquiera aparecen negros, a no ser como intérpretes de algún grupo de jazz. El empeño de Hollywood por mostrar al mundo unos Estados Unidos dignos de poner en un escaparate llega al extremo que en las películas de esta época y hasta prácticamente los años sesenta estaba prohibido que apareciera un inodoro. Prohibido por ley. Porque el país debía ser tan limpio e ideal que sus habitantes no cagaban. En las escenas donde aparecían baños había lavamanos, bañeras, platos de ducha, pero no inodoros. Treinta años sin ir al water. Hasta que Hitchcock, harto de tanta hipocresía estúpida, hizo aparecer en su película Psicosis una taza de water en un primer plano, justo antes de la famosa escena de la ducha. Por fin los yanquis descansaban. Ya era hora.

Searching for my way

Queda oficialmente inaugurado este blog.

La verdad es que esto de escribir sobre uno mismo siempre me ha parecido un acto de inigualable egocentrismo, y siempre he pensado que no he de ser yo quien decida si son o no interesantes mis ideas, mis neuras o mis vivencias. No sé si estaré a la altura de escribir algo que merezca ser leído. Me consuela un poco el hecho de que esta página sea sólo medianamente accesible, y también confío en que el ver tanta letra junta desanime a la mayoría de la gente, porque me da algo de reparo hacer esto. Pero, como dicen, renovarse o morir. Lo hago con la esperanza de poner en orden mis ideas, y de aprender a expresarme un poco mejor. Por otro lado, dejando a un lado los escrúpulos, se dice que todo aquel que escribe lo hace para ser leído, ya que de lo contrario no tiene sentido. Y mi pantalla de ordenador actúa de parapeto y le da un cierto anonimato al asunto. Adelante, pues.

Hacer esto viene de la necesidad de poner por escrito el caos en que tengo sumergida la cabeza, con el fin de encontrarle algún sentido que me sea válido. Cuando todo tu esquema mental se desmorona como un castillo de naipes te ves en la obligación de darle la vuelta del revés como a un guante. Lo digo porque estoy pasando por la que probablemente sea la etapa más extraña de mi vida, en la que estoy reconstruyendo las normas y las leyes que van a regirme a partir de ahora. Ya no me sirven las anteriores.

Hace algunos meses, la estructura de mi vida, y la forma de llevarla, estaba perfectamente clara. Algunas cosas eran más o menos provisionales, pero en conjunto tenía una idea bastante definida de lo que quería hacer y de en qué punto estaba. Ahora ya no la tengo. Y esto es algo totalmente nuevo para mí. Aunque cambio de objetivos con relativa frecuencia, y lo cierto es que la constancia y la paciencia no son mi punto fuerte, más o menos he ido moviéndome por razonamientos lógicos, estudiando las consecuencias que podrían tener mis acciones antes llevarlas a cabo. Las decisiones que tomo ahora también están meditadas, no son como para tomarlas a la ligera y requieren una cierta frialdad mental. Ahora es cuando la requieren. Hasta ahora creo que no había tomado ninguna decisión de aquellas que sabes que van a cambiarte la vida. Hasta ahora eran decisiones muy meditadas sobre temas que quizá no revestían tanta importancia como yo les había dado.

Tengo ganas de hacer cosas. De hacer cosas grandes, de dar campanazos. Soy optimista por naturaleza, y sé que siempre se acaba saliendo de cualquier situación, por difícil que ésta sea, de manera que no me asusta la incertidumbre de no saber qué pasará. En realidad, eso se ha convertido en un aliciente. Medio en broma y entre amigos, siempre había comentado que mi ideal de vida sería ir a algún lugar del mundo, a donde fuera, pasar allí una temporada, trabajar de lo que fuera, y echar a suertes cuál sería el próximo destino cuando tuviera dinero para pagar el avión. Era broma, pero ahora empiezo a pensar que podría ser una realidad. Que se puede hacer, que sólo hay que tomar la decisión. Y tomar una decisión es una de las decisiones más fáciles que existen.

Sin nada más que añadir, por ahora, me despido hasta la próxima,

Raquel.